Galway, ciudad marinera y alegre

Galway puerto marinero

Si me preguntáis qué ver en Galway, mi respuesta sería rápida: no hay que ver, hay que sentir: olor a mar, espíritu alegre, frescor y libertad, propiciado todo ello, sin duda, por su bahía, adonde se adentra el Océano Atlántico. Galway te abre los pulmones al respirar; te los impregna de su misma alma para invitarte a recorrerla y disfrutarla.

La llegada en tren desde Dublín es una delicia para la vista extraída del mejor de los cuadros de Matisse. Forjada por la fuerza del río Corrib que la cruza y de las aguas del Atlántico, en sus alrededores se forman lagos de modo que la vía se adentra en un estrecho paso que deja a cada lado agua, a la izquierda de la bahía, a la derecha la de uno de aquellos lagos. Precisamente de uno de ellos, del Lough Corrib, parte el río Corrib que desemboca en la bahía de Galway.

Dejamos atrás Dublín a las 14,30 h. desde la estación de Heuston. Esta estación cubre la gran mayoría de los trayectos ferroviarios que van hacia el oeste o el sur del país. La otra estación de trenes de la ciudad, la Connelly Station, es la que surte servicios hacia el norte, de modo que es en ésta la que habréis de tomar el tren si marcháis, por ejemplo, a Belfast.

Desde Heuston Station el Intercity tarda poco más de dos horas en llegar a Galway, ciudad que se encuentra prácticamente en línea recta hacia el oeste a unos 210 kms. de la capital irlandesa. Situada en la Irlanda Occidental, Galway se encuentra en el condado de su mismo nombre, entre los condados de Mayo, Roscommon y Clare, éste último donde se encuentran los acantilados de Moher.

Pero no solamente es su cercanía al mar la que le da vida, pues Galway es una importante ciudad universitaria que cuenta con más de 24.000 estudiantes censados. Sus noches son de las más alegres de Irlanda, de modo que sus pubs, numerosos y llamativos, se llenan de un excelente espíritu joven al que suman los de muchos otros jóvenes que llegan los fines de semana desde Dublín y alrededores. Buen ambiente para la tarde noche de la ciudad no exenta del buen craic del que os hablaba en otro día anterior, y donde no solo jóvenes sino personas de todas las edades comparten un buen rato de charla frente a una buena pinta.

Galway, la «ciudad de las 14 tribus«, como también es conocida, debe mucho de lo que es a su pasado histórico. Importante núcleo comercial en la época de los normandos, desde el año 1396 estuvo bajo el control de 14 familias de mercaderes o tribus. La ciudad prosperó hasta que las tropas de Oliver Cromwell entraron en el condado para arrasarlo allá por el año 1652. Su fuerte carácter independentista irlandés le granjeó después las antipatías británicas, y la derrota católica en la batalla del Boyne no hizo sino acentuar su declive. Esta región acusó además de forma especial la hambruna que arrasó con una buena parte de la población irlandesa en el periodo comprendido entre 1845 y 1849. Sin embargo, una vez más, como muestra de la fortaleza irlandesa, la ciudad supo levantarse, y sobre todo desde los años 90, Galway ha pasado a ser una de las ciudades más importantes y turísticas del país.

Dado su carácter marinero, el paseo tenía que comenzarlo por su bahía. Ver amanecer o atardecer en ella es sencillamente espectacular. Merece la pena verlo en silencio, perderse en el sencillo sonido del ulular de las gaviotas que aquí deja de ser desagradable para formar parte, como un elemento más, de ese magnífico cuadro que forman los mástiles de los muchos barcos marineros atracados en sus muelles con el sol vespertino cayendo en el horizonte. Allí se te olvida el frío (que es mucho por los fuertes aires que entran desde el Atlántico en una ciudad tan abierta como es ésta). Allí se olvida todo lo que te inquieta, pues sólo queda el mar y uno mismo.

Desde la bahía os aconsejo que paseéis junto al Corrib bajo el Spanish Arch, construido en el año 1584 para proteger el puerto, en memoria de los barcos españoles que allí atracaban para descargar sus mercancías. Si cruzáis el puente que hay sobre el río, el Wolfe Tone Bridge, llegaréis hasta el Claddagh, lugar que desde tiempos medievales ha estado asociado con los pescadores. Pero es hacia el otro lado, hacia el centro de la ciudad, donde comenzará el paseo «más joven», el más animado y alegre, pues es ahí donde comienza la calle más comercial y turística de la ciudad, Quay Street a la que le sigue Shop Street y William Street.

Es asombroso ver, a partir de las 8 de la tarde, la cantidad de gente de todas las edades que se dan cita allí, sea lunes, miércoles, o cualquier otro día de la semana. Repleta de pubs y tiendas, la calle, peatonal, te invita a entrar en todos y cada uno de ellos. Asombrosamente sencillos por fuera, el interior reserva una sorpresa totalmente diferente cada uno. Levantados sobre casas antiguas, su interior lo han adaptado a las habitaciones que aquéllas tenían, de modo que el pub, dentro, es una laberinto de pasillos y escaleras que llevan a reservados, barras escondidas y rincones realmente románticos e íntimos. Todo con ese típico sabor irlandés acogedor y el suave olor a madera añeja, amén de los colores anaranjados que tan nostálgicos resultan en este tipo de negocios.

Os diría que entrarais en todos (tranquilos, que no tenéis que pedir pintas en cada uno, porque son tan afables que vosotros seréis uno más y pasaréis inadvertidos) y que husmeéis por ellos, pero si finalmente os apetece una buena pinta (o un refresco) entrad en The Quays, que se encuentra en una antigua iglesia de la que aún se conserva el púlpito (como podéis ver en la foto inferior) así como una biblioteca, y en The King’s Head, un pub histórico que data del siglo XVI.

Pub The Quays Galway

Como veréis me he centrado sobre todo en su ambiente, en su vida y en su mar, dejando en un segundo plano las visitas monumentales. No obstante, también las tiene, como la Catedral de San Nicolás, situada en la orilla occidental del Corrib. En los aledaños de la Quay St. Se encuentra la Colegiata iglesia de San Nicolás (también el mismo santo, sí), el edificio medieval de mayor importancia en la ciudad, de origen protestante. Fundada en el año 1320, tiene una característica cuando menos curiosa: su torre de cuatro lados, tiene sólo tres relojes, porque el de la cara oeste, el que miraba hacia el barrio de los irlandeses, fue quitado por los ingleses en sus años de dominación, para que aquéllos no pudieran ni ver la hora.

Por último, en la misma calle comercial de Shop Street se encuentra el Castillo Lynch, del siglo XVI. Lynch era el apellido de una de las 14 familias asentadas en la región. Se cuenta en Galway que precisamente la palabra «linchar» proviene de esta familia. y es que según la historia, existía por aquel entonces una ley que condenaba a morir a aquel que contraviniera las leyes de la buena convivencia. Dictadas por el propio Lynch, tuvo la mala suerte de que su propio hijo tuviera un vástago con una irlandesa. Sin embargo, el hijo no quiso reconocerlo, negándose a prestar ayuda a la irlandesa con la que yació. El pueblo se levantó contra el terrateniente, y recordándole la ley que él mismo había dictado, obligó a Lynch a matar y decapitar a su propio hijo, como él mismo había hecho con otros irlandeses del pueblo. Acosado, finalmente, ejecutó su sentencia contra su vástago.

Galway me ha dejado un magnífico recuerdo, no puedo negarlo. Es una ciudad pensada no para visitas monumentales, sino para disfrutarla. Para venir y relajarse en ella, paseando, riéndose y bebiendo y comiendo en sus pubs.

Para otro día, para otro momento, quedan los muchos tours que desde ella pueden hacerse. No olvidéis que Cliffs of Moher se encuentra menos de dos horas de la ciudad…

Los anteriores días del viaje…

Día 1: Primer día en Dublín

Día 2: De la Trinity College a la Guinness Storehouse

Día 3: Dublín, ciudad artística y cultural

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